Humanidades

Es un tópico decir que los estudiantes de ciencias son más inteligentes que los de letras: la experiencia me dice que los mejores alumnos son buenos en ciencias y en letras. Es más: aquellos estudiantes que sólo se entusiasman con las asignaturas de ciencias suelen tener puntos de vista limitados, de corto alcance. Es un fenómeno que he detectado también en profesores de ciencias: se sienten imbuidos por una especie de seguridad, cuando lo que debería de interesarles es precisamente la inseguridad y la certeza de que la ciencia avanza negando. Para estos anticientíficos la verdad está en lo que enseñan, y la repiten, sin cuestionarla o sin confrontarla con otras verdades.

Lo que es necesario proporcionar a estos adoradores de lo científico es una formación humanística, justo lo contrario de lo que se está haciendo ahora. Entre los pocos proyectos o becas que se convocan casi nunca se incluyen materias humanísticas. Parece que en tiempos de crisis sobran las humanidades. Pero precisamente ahora, en estos momentos convulsos que vivimos, creo que una buena formación literaria, artística, filológica, filosófica, es más necesaria que nunca.

Es cierto que los humanistas no podemos ofrecer resultados inmediatos. Nuestra incidencia en la sociedad es de largo alcance. Somos, quizá, el lujo, lo excedente, lo que adorna al género humano, precisamente porque no solucionamos directamente sus necesidades básicas. Pero lo que nos hace singulares y humanos, lo que nos ha hecho avanzar, es la curiosidad existencial, el hecho de que nos hayamos cuestionado qué hacemos en este mundo y adónde caminamos.

Se insiste ahora en que el libro en papel va a la deriva. Frente a él se alza lo digital como la gran panacea. Con ello nos cargamos de un plumazo una forma de adquirir ese objeto especial que es un libro.

Suelo visitar las librerías –hay pocas ya– que aún cuentan con un fondo, en donde atiende una persona que ama su profesión y se deleita ofreciendo al cliente novedades auténticas, de autores desconocidos, pero que luchan por conseguir una literatura esencial. Son librerías en donde no se venden best sellers. Un ejemplo que conozco muy bien es la librería Valdeska de Valencia. No sé qué ocurrirá con ellas. Tampoco sé qué ocurrirá con nosotros. ¿Tendremos que refugiarnos en una resistencia secreta? Eso dice mi buen amigo Sergio Gaspar. No me preocuparía excesivamente si la situación fuera como la que vivió Juan Gil.Albert, en su llamado exilio interior: estuvo treinta años escribiendo, sin apenas poder publicar, sin apoyos, sin dinero, en su “ilustre pobreza”. Pero me preocupa y mucho que se pierda el tejido cultural que da fuerza y vertebra a una sociedad.

No nos engañemos: la enseñanza de la Literatura –y la mayoría de asignaturas humanísticas–, ha perdido peso. De tener clase diaria –una hora– se ha pasado a dos o tres horas por semana. Y si es cierto que a los niños y adolescentes se les bombardea con lecturas –existe un buen negocio editorial de libros juveniles–, y se ha contado hasta ahora con más medios, no se les dota, a la vez, de una formación que eduque su gusto literario en contacto con los clásicos. No creo que en el futuro sean capaces de distinguir un buen libro de un best seller. Indudablemente serán lectores de best seller.

Cuando no se tiene formado un criterio todo vale lo mismo. Cualquier persona se atreve a aconsejar lecturas a un profesional de la literatura, quiero decir a alguien que la haya estudiado y dedique su vida a ella. Si se le objeta algo, responderá que la Literatura es cuestión de gustos. Se equivoca: la Literatura es más bien cuestión de gusto, de educación, de un gran bagaje cultural, de esforzarse por entender y amar a los clásicos; de esforzarse por comprender lecturas de autores difíciles pero que nos sorprenden por su originalidad y nos abren otros horizontes.

 Formar es dar libertad. Y la libertad conlleva la capacidad de elección. Si se vive en la ignorancia, ¿se podrá elegir?

No quiero ser apocalíptica. Podríamos estar en una situación semejante a la de la invención de la imprenta. También las lenguas clásicas, el latín y el griego, se fueron abandonando. Y algunos escritores, como Erasmo, no pudieron tener la transcendencia que podrían haber tenido, por escribir en latín. Es cierto que la imprenta le perjudicó porque no realizó la criba que toda prudencia aconseja a la hora de publicar. Igual que ocurre ahora con Internet. ¡El adorado Erasmo de Rotterdam, a quien un estudiante mío, sin mala intención, citó como El asno de Rotterdam!  Pero al menos supo de su existencia, de su amor por los clásicos y de su honradez.

Hay muchos estudiantes que ya no saben nada de Erasmo –a quien sin duda le habría encantado ese apelativo ingenuo–, ni de Cervantes siquiera. Ya no digamos de Shakespeare o de Isak Dinesen. Y es muy grave. No podrán emocionarse con estos autores; no podrán conmoverse con su riqueza humana; no se apasionarán por ellos ni estarán leyéndolos “de claro en claro y de turbio en turbio”.

Que no se diga que asistimos al fracaso –por falta de empleo– de la generación mejor preparada de la historia. Sí, han tenido más medios, pero si no conocen a estos autores, antes citados, si no sienten la necesidad de leer a los clásicos, carecen de preparación para la vida. Les falta una experiencia humana esencial. Les falta sinfronismo (palabra que procede del griego y significa compartir el mismo pensamiento) con las generaciones pasadas y presentes de distintos lugares. Y también capacidad para crear su propio pensamiento.

Asistimos al final de una época, en cuanto que no contamos con una ideología que sustituya o apuntale al capitalismo o al socialismo. Pero tenemos todo nuestro bagaje cultural y nos acompaña siempre. Oigámoslo. Pongamos nuestro horizonte en otro tipo de vida que se aleje de esa adoración obscena y exclusiva de los bienes materiales y que ponga el acento en el desarrollo personal. No pensemos tanto en nuestro propio disfrute sino en la justicia distributiva. Aspiremos a ser, nosotros y nuestros dirigentes, humanistas y a tener capacidad de reflexión, que es el don más alto a que podemos aspirar. Exijamos a los que más tienen un mínimo de patriotismo para que ayuden al bien de todos.

Nuestros jóvenes o un importante número de ellos se sienten fracasados. Conocen idiomas, han viajado, tienen, quizá, varios títulos y másters, pero no encuentran trabajo. Tal vez el conocimiento de los clásicos, un buen libro, pueda hacer algo por ellos. Para empezar, no se sentirán solos. Podrán comprobar que muchas personas que les precedieron, válidas como ellos, sufrieron lo mismo y supieron expresarlo, se esforzaron para transmitirles su sufrimiento y su esperanza en el futuro.

No quiero, por supuesto, añadir más exigencias a esta generación que está pagando los inmensos errores de la nuestra. Si hubiéramos considerado prioritaria la educación, una educación pública de calidad que acogiera a todas las personas por igual; si contáramos con un país culto que admirara el mérito y no la riqueza; si hubiéramos invertido en investigación y en el bien público lo que hemos desbaratado en fuegos de artificio y en que unos pocos se llenen los bolsillos… Si hubiéramos hecho lo que nos correspondía hacer para facilitarles el camino a la generación de nuestros hijos, ellos no estarían ahora en el paro o con un pie en el estribo para irse a Alemania o a cualquier país que les dé lo que aquí les hemos negado.

Esperemos que esta generación reflexione sobre nuestros errores y vuelva a las humanidades que no debimos abandonar nunca. Si lo hacen ahora, cuando se sienten solos, hallarán consuelo; si ahondan en su reflexión, tal vez de este marasmo, en la pobreza, en la que casi siempre surge todo lo esencial, brote una idea, algo que dé rumbo a la humanidad.

10 respuestas

  1. Sin ánimo de polemizar -o quizá sí- relataré una anécdota.

    Hace ya varios años, se emitía en televisión un programa sobre literatura titulado «La isla del Tesoro». Dicho programa era dirigido por un físico doctorado en la Sorbona, Antonio López Campillo.
    Mucha gente le preguntaba: ¿Cómo es que un físico como usted hable sobre libros y haga crítica literaria?
    López Campillo, que era bastante socarrón contestaba:
    «Le confesaré una cosa: los físicos también sabemos leer»:

    Como dice el divulgador ciéntifico Miguel Ángel Sabadell -que también es físico-: «No somos ni de ciencias ni de letras, somos «alfanuméricos».

    Dicho esto, aclaro que soy de la opinión que una de las mayores pérdidas que tienen la educación actual respecto a las generaciones anteriores es la no enseñanza generalizada del latín en secundaria y bachillerato.
    Un carisñoso saludo a Teresa y sus amigos.

    • Estoy de acuerdo contigo, José Luis. Ha habido una tradición de científicos humanistas, no hay más que pensar en los grandes filósofos de la historia. Lo que pasa es que ahora se incentiva la especialización desde la adolescencia. Creo, sin embargo, que hoy, más que nunca, se debería alentar la diversificación. Gracias por tu correo.

  2. Teresa acabo de leer tu artículo me parece interesante puesto que nosotros
    eramos de ciencias, a pesar de ello creo tienes razón se ha extendido
    mucho eso de que los alumnos de ciencias son más inteligentes o más listos que los de letras pero por mi experiencia en el instituto, del que he salido hace cuatro meses, la mayoría de los estudiantes de letras han repetido en varias ocasiones, o están en letras porque piensan que las asignaturas de ciencias son más difíciles que las de letras, claro está que no todos piensan lo mismo la otra parte está en letras porque ese es realmente su objetivo.por otro lado no pienso que todos los alumnos de ciencias prefieran dejar de lado las letras. Considero que varios de mis compañeros de bachillerato son muy buenos críticos literarios y no solo de best seller sino también de grandes obras. Aunque también estoy de acuerdo contigo cuando dices que los profesores van con más seguridad a las clases de ciencias que a las de letras por ello pienso que esa pequeña
    rivalidad que hay entre ciencias y letras viene infundada por estos
    profesores.
    Esta es sólo mi humilde opinión y quiero que sepas que has sido un buen ejemplo a seguir para nosotros demostrando cuanto te interesas por tus alumnos y se que eso es lo que te inspira y a pesar de que ya no sigues ejerciendo de maestra sigues enseñando.
    un saludo de tu alumna Erika

    • No, querida Érika, vosotros no érais sólo de ciencias y eso es lo que me hacía sentirme tan a gusto en vuestra clase. Vosotros fuísteis un ejemplo de lo que pienso ha de ser el ideal: estudiantes que tienen interés por todas las materias.
      Es cierto que hay estudiantes que van a letras sin motivación. Tal vez no sabemos motivarles sus profesores. Hay algunos que no saben qué estudiar y eligen letras. También es cierto que muchos estudiantes que van a ciencias lo hacen, a veces, por imperativo familiar o porque se considera que las carreras de ciencias tienen más salidas. En otros países, sin embargo, las carreras de Humanidades tienen mucho prestigio. Pienso que vosotros debéis elegir de acuerdo con vuestros deseos y estudiar con dedicación. Lamentablemente, ahora os exigen que os decantéis por una u otra opción demasiado pronto. No es como antes que podíamos pasar de ciencias a letras o al revés.
      Gracias, Érika, por tus interesantes reflexiones.

  3. Hola Teresa, soy Sara, la hija de Isabel, quería darte las gracias, a parte de por todo lo que aprendí en tus clases (y sigo recordando), por defender lo que ahora parece ser «indefendible», estudiar una carrera de letras, pues me he visto varias veces con caras de sorpresa cuando digo que estoy estudiando filologia, y más sorprendidos se quedan aun cuando digo que es filologia catalana.
    Quería decirte que siempre has sido un modelo para mi.
    Un abrazo y muchas, muchas gracias, Sara.

    • Cuánto me alegro de que personas como tú, Sara, estéis estudiando Filología. En tu trabajo, en la pasión que ponías en cada lectura hay algo que me llena de esperanza. Gracias a ti, Sara.

  4. Teresa, soy Paco López. Fuimos compañeros en el instituto SVF y ya conoces mi admiración por tu literatura y por los trabajos de Ángel.
    Estoy totalmente de acuerdo contigo (y con el concepto alfanumérico que añade Jose Luis); perder las humanidades en favor de la tecnificación de la sociedad y de la propia enseñanza es un gran error. Huvo un tiempo en que se creyó que potenciar las ciencias y la tecnologia era una manera de conseguir mejores trabajos para nuestros estudiantes (seguir el rumbo de una sociedad cada vez más tecnificada) ahora, en època de vacas flacas, algunos se dan cuenta que tanta mecanización no ha sido nada positiva; hemos creado jóvenes ávidos de superación por conseguir el mejor trabajo que les diera más dinero; sin las humanidades se ha perdido el eslabón que nos unía a ciertos valores y a la sabiduría de siglos, legada a través de la ciencia, de la filosofía, del aprendizaje de las lenguas clásicas y de la literatura. Habrá que recuperar los valores que se han ido acumulando en los libros y, especialmente en los clásicos, siglo tras siglo, y recuperar la importancia de la propia lengua y de su cultura para poder universalizar lo que de positivo y bueno hay en cada cultura, en cada literatura.
    Un saludo.

    • Muchas gracias por escribir, Paco. Estoy de acuerdo contigo: hay que intentar que no se rompa ese eslabón que nos aporta el conocimiento de nuestra cultura, de toda la cultura. Me alegra saber de ti.

  5. Hola Teresa, soy Javi Soriano. No sé si te acordarás de mí, fui alumno tuyo en el último curso que estuviste en el Instituto. Me he alegrado al leer algunos artículos tuyos. Actualmente estoy estudiando 2º de bachillerato en la modalidad de ciencias y es mucha la presión que tenemos por el selectivo. ¿Cómo estás?

    Un saludo.

    • Claro que me acuerdo, Javi, y me alegro de que estés en 2º. Espero que te vaya bien en ese curso que no se puede disfrutar por la presión del selectivo. Constantemente estáis haciendo exámenes y eso os impide concentraros en aprender. Pero ya verás cómo sales adelante. También te gustaba la Literatura y recitar poemas. Un abrazo y gracias por escribir.

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